Reflexiones

Maurice Herbert Jones

Reconozco que la Doctrina Espírita, en lo que se refiere a su esencialidad, se puede apreciar de varias formas. Parece evidente que nuestras características culturales y psicológicas son determinantes en la selección de lo que más nos sensibiliza, que se armoniza más con nuestra naturaleza, mereciendo, por eso, destaque especial.

Personalmente, me identifico con los que ven en el Espiritismo, principalmente, la ciencia que, interpretando racionalmente los fenómenos mediúmnicos, hizo del espíritu, por primera vez en la historia, objeto central de su pesquisa. Revelando la existencia del espíritu como “ser concreto y circunscrito que, en ciertos casos, nuestros sentidos pueden percibir”, Kardec inicia una revolución conceptual que ni los espíritas han valorado todavía.

  1. Herculano Pires decía, quizás un poco presuntuosamente, que el Espiritismo es una síntesis conceptual del mundo moderno, así como el Cristianismo lo fue del mundo greco-judaico-romano y el Mosaísmo del mundo antiguo. A pesar del revelado cristianocentrismo de esta afirmación, que parece no reconocer en la milenaria cultura oriental más que un ensayo para el surgimiento del Mosaísmo es evidente la vocación de aquel Espiritismo de Allan Kardec y Léon Denis para la síntesis. Vocación olvidada o no percibida por la mayoría de los espíritas, especialmente en Brasil, que aceptaron la transformación del vigoroso y promisor pensamiento espírita en una religión más. Este proceso de sectarismo retiró el Espiritismo del campo abierto de los debates científicos y de las especulaciones filosóficas y lo aisló en las áreas poco ventiladas de las religiones, de las creencias.

La “religión espírita” hasta tiene éxito en Brasil, habiendo conquistado adeptos y admiradores, principalmente, por las realizaciones de naturaleza asistencial. Es una religión simpática y por cierto sería mi elección si me obligasen a tener religión. Sin embargo, no nos iludamos con esta simpatía, que no tiene profundidad. También me conmuevo ante el trabajo abnegado de predicadores de las diversas religiones. Esto, sin embargo, no me arrastra hacia estas religiones ni modifica mi filosofía de vida. Y ahí está una cuestión fundamental.

Ya se ha dicho que el hombre moderno no quiere más creer de ojos cerrados y sin saber de ojos abiertos, significando esto que el hombre aclarado de nuestra época solamente acepta cambiar su filosofía, esto es, su concepción de hombre y de mundo, ante una argumentación científica y filosófica robusta. Pues, el dote espírita se destaca especialmente en estas áreas y, si se divulga de forma inteligente, podrá ser valioso aliado en la busca de la verdad, de la libertad y en la lucha contra el sufrimiento, objetivos comunes a todos los hombres.

La consecuencia esencial del extraordinario diálogo de Kardec con los Espíritus fue revelar la existencia objetiva del mundo extrafísico o espiritual del cual nuestro mundo físico es mero subsistema, moviendo, así, el eje de nuestros análisis filosóficos. Del hombre físico pasamos al hombre espiritual que transciende aquel. Considerándose la existencia de esta dimensión extrafísica como fundamental, el Espiritismo afecta drásticamente la forma por la cual percibimos el mundo y nosotros mismos.

Esta visión espiritocéntrica y el “humanismo transcendental” que se origina de ella son el cerne de la filosofía espírita. Es evidente su naturaleza renovadora, revolucionaria. Es como brisa fresca en el desierto, pero es doctrina de hombres para hombres y solamente podrá ser aquello que de ella hagamos.

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