El Viejo de Kafka

Maurice Herbert Jones

En su obra “La Revolución de la Esperanza”, el psicoanalista Erich Fromm cita una intrigante historia del libro “El  Proceso”, de Franz Kafka.  Un hombre llega a la puerta que conduce al cielo (la Ley) y le pide al guardián que le permita entrar.  Éste le dice que no puede franquearle el acceso en ese momento. Aunque la puerta que lleva a la Ley esté abierta, el hombre se decide a esperar hasta que se le conceda el permiso para entrar. Se sienta y espera durante días y años. Finalmente está viejo y próximo a la muerte.  Por primera vez, hace la pregunta: “¿Cómo es que en todos los años que llevo aquí, nadie más que yo haya procurado entrar?”. El guardián le contesta: “Nadie más podía entrar por aquí, porque esta entrada estaba destinada a ti solamente. Ahora la cerraré”.

Los burócratas tienen la última palabra. Ésta es la moraleja de la historia de Kafka; si ellos dicen no, el hombre no puede entrar. Si hubiera tenido más que esa esperanza pasiva, habría entrado, y su coraje para ignorar a los burócratas habría sido el acto libertador.

Muchos, dice Erich Fromm, son como el viejo de Kafka. Esperan, pero no les cabe actuar segundo el impulso del corazón y, mientras los burócratas no les dan carta blanca, siguen esperando.

Los más bien informados opositores del proceso que hemos llamado de “actualización del espiritismo” no niegan la necesidad eventual de esa medida, enfáticamente recomendada por Kardec, pero sí la competencia de los humanos encarnados para realizarla. Según ellos, cabe exclusivamente a los llamados espíritus superiores, dueños de los derechos autorales del Espiritismo, cualquier iniciativa en este sentido.  De acuerdo con esta visión, a nosotros, encarnados, nos quedaría aguardar pasivamente algunas “señales del cielo” que nos autorizarían a recibir de ellos los contenidos actualizadores.

El paralelo es evidente.  El proceso idolátrico se caracteriza especialmente por la sumisión simbiótica y la preocupación neurótica de alienarse, vaciarse en beneficio del ídolo, sea éste una persona, una idea o una institución. En el caso analizado, queda clara la disposición idolátrica de los que rehúsan a los espíritus encarnados la autoridad o capacidad para administrar el necesario proceso de actualización.

No hemos conseguido encontrar ni en la obra ni en el ejemplo de Kardec a ningún amparo para esta rara e inmovilista posición. ¿Cómo aparcar, cómo interrumpir el camino como si hubiéramos alcanzado lo inalcanzable? ¿Cómo quedarse a la espera de la hipotética y discutible iniciativa de una entidad virtual, indefinible, a la que denominamos espíritus superiores?

Kardec era acción, iniciativa. La puerta estaba abierta y él la cruzó sin miedo. Construyó el Espiritismo utilizando material ya recogido por otros investigadores y, a partir de ahí, interrogando directa y metódicamente a varios espíritus.  Nunca afirmó, sin embargo, que las lúcidas e instigadoras preguntas con las cuales Kardec concebía el espiritismo naciente hubieran sido dictadas o sugeridas por los espíritus, lo que, según me parece, prueba que la conducción del proceso pertenecía a él, Kardec, teniendo a los espíritus como asesores o como “elementos de instrucción”.  En lo que se refiere a la elaboración de El Libro de los Espíritus, esto queda claro en “Obras Póstumas – 2ª Parte – Mi primera iniciación en el Espiritismo” donde Kardec, tras darse cuenta de las limitaciones individuales de los espíritus con los cuales dialogaba, afirma: “El observador ha de formar opinión en vista de las impresiones o documentos recogidos aquí y allí; ha de coleccionarlos, coordinarlos y contrastarlos unos con otros; y esto mismo fue lo que hice. Procedí con los Espíritus como hubiera procedido con los hombres; me sirvieron, desde el más pequeño al más grande, como medios de estudio; nunca como reveladores predestinados”.

Más adelante, en el mismo capítulo, refiriéndose al proceso de revisión de los originales de El Libro dos Espíritus, Kardec asevera: “Las circunstancias hicieron que me relacionase con otros médiums, y cada vez que la ocasión se me ofrecía, la aprovechaba para proponer algunas de las cuestiones que me parecían más espinosas. De este modo más de diez médiums me prestaron su concurso para este trabajo. Después de la comparación y de la fusión de todas estas respuestas, coordinadas, clasificadas y muchas veces sometidas a examen en el silencio de la meditación, fue cuando me decidí a formar la primera edición de El Libro de los Espíritus, que vio la luz el 18 de abril de 1857”.

Considerando las respuestas de los espíritus como opinión personal de cada uno de ellos, Kardec las censuraba, comparaba y fundía, esto es, editaba estas respuestas a la luz de su conocimiento y de su sensibilidad, fijando así su primacía en el proceso.

El Espiritismo es intrínsecamente dinámico y sujeto, por lo tanto, a un permanente proceso de actualización cuya conducción es, sí, responsabilidad de espíritus encarnados así como ya lo fuera su codificación.

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